BUSCANDO
BRUJAS
Caminaba
entre la niebla espesa,
con
los pies descalzos sobre la hojarasca fría,
rompiendo
el denso silencio
con
su crujir.
La
humedad del sombrío bosque
se
me pega a la piel, lo cubre todo
y
penetra intensamente en los huesos.
No
puedo dejar de recordar en estos momentos
las
viejas historias contadas en las noches
de
luna, detrás del fogón de la nostalgia.
Historias
de las que nunca se sabía
lo
que era realidad o fantasía,
y
que ahora yo quiero reproducirlas
desafiando
al paso del tiempo
y
jugando peligrosamente con la fantasía.
Historias
de brujas, se decía, pero...
eran
brujas distintas, especiales,
las
brujas de la tierra mía.
Las
brujas de los bosques encantados de mi isla
no
eran brujas malvadas,
eran
brujas simpáticas, juguetonas y traviesas.
No
vestían de brujas... iban desnudas,
no
volaban en escobas...danzaban de peña en peña.
No
eran seres extraños, eran conocidas,
tenían
nombres y apellidos.
Eso
sí, si eras hombre, apuesto y bien fornido,
no
te dejarían ir sin tener algo contigo.
Y
si no dabas el nivel apetecido,
adios
ropajes para cubrir tu cuerpo,
amanecías
vestido de niebla en la helada mañana
y
así te encontraban como animal herido.
Estas
brujas alegres y quisquillosas,
sólo
tenían una meta, un propósito:
compartir
su alegría.
Por
eso hoy todavía, en mitad de la espesura
se
abre un claro en el que jamás crece la hierba.
Allí,
allí se suponen los aquelarres,
las
orgías de las brujas de la tierra mía.
A
esas brujas busco yo hoy,
atravesando
el bosque,
caminando
despacio y cautelosa
entre
la niebla,
despejando
incógnitas de leyendas viejas.
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